El pasado viernes 10 de febrero, falleció mi hermano Alfredo. Aún lo digo o lo escribo y me parece completamente antinatural. La cuestión es que nos ha dejado una persona tan increíble, que podría estar escribiendo miles de calificativos sin parar. En dos días he hablado con más de quinientas personas y no sé cuantísimas personas más me quedan entre mensajes, llamadas, videoconferencias…
Fue, es y será una guía e inspiración para muchos a nivel personal y a nivel marcial. No dejó de entrenar y competir desde los 5 años, pero, sobre todo, no dejó de luchar. Porque mi hermano es, sobre y por encima de todo, un luchador.
El legado que deja en las artes marciales es descomunal, todo un ejemplo de cómo respetar y no desvirtualizar un arte. Su legado a nivel humano es aún mayor si cabe. El día 10 murió algo grande dentro de mí, pero siempre estarás conmigo, eres un orgullo para mí, no has podido ser mejor persona y mejor hermano.
No soy muy de redes sociales, como tampoco lo es mi hermano, y no necesito hacer una publicación de mil párrafos. Yo estuve con él día tras día, aprendiendo de él a cada minuto y aprovechando cada segundo que pude.
Estas líneas son para dar las gracias a todos los que de una u otra manera le quisieron y le apoyaron. Me enorgullece ver lo mucho que se quería a mi hermano, porque él siempre lo daba todo por todos. Era honorable en cada cosa que hacía.
Mi hermano siempre se portó bien con todo el mundo, yendo de frente, sin esconderse ni esconder nada a nadie y demostrando de lo que era capaz en todo tipo de circunstancias. Aun después de haber recibido puñaladas por la espalda, pese a verse abandonado por muchos, él nunca guardó rencor. “Que hagan su vida”, nos decía. “Que sigan su camino y nosotros seguiremos el nuestro”.
Nos deja un luchador en todos los aspectos de su vida. Siempre ha apoyado a los suyos y ha dado la cara por quienes lo merecían y por quienes no. Hasta el último día.
En definitiva, nos deja un hombre de HONOR.
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